lunes, 15 de julio de 2013

Capítulo seis

Los papeles que hay sobre la mesa a mi derecha empiezan a volarse. Intuyo que detrás de mi hay una venta abierta que está causando este revuelo. Algunos papeles empiezan a esparcirse por el suelo. 

Pero yo no puedo apartar la mirada de la suya.

Finalmente, él rompe contacto visual conmigo para mirar a la ventana. Empieza a caminar hacia ella, pasando justo por mi lado pero sin tocarme. Un segundo después oigo el crujido de la ventana al cerrarse y aún ni siquiera he conseguido moverme.

Gerard vuelve a pasar  por mi lado a grandes zancadas, sin mirarme. Y como si no estuviera allí sale por la puerta.

Pestañeo un par de veces y pongo mi mejor cara de no-entiendo-nada. Luego recuerdo que hay una niña justo a mi lado esperando ser enseñada, así que salgo de mi estado de shock y me doy la vuelta para verla.

—¡Lucie! Bueno, ¿dónde tienes pensado que trabajemos? —pregunto, ya que estoy en territorio desconocido.

—Podemos ir a mi cuarto, allí tengo algo de material.

—Perfecto, enséñame el camino.

Sin perder tiempo, ella empieza a moverse por los pasillos hasta que llegamos a una puerta que tiene un cartel muy bonito con su nombre.

¿Lo has dibujado tú, Lucie?

—Si— contesta, moviendo la cabeza.

Bueno, esta niña tiene talento. 

Ella abre la puerta y entramos a un cuarto bastante grande con las paredes pintadas de blanco. No esta decorada como lo debería tener una niña de su edad, pero por lo que sea, yo ya sabía que no iba a tener su cuarto pintado de rosa con todo lleno de cosas rosas. Intuición femenina. Tengo montones de eso.

Nos ponemos manos a la obra. Le sugiero que me enseñe otros de sus dibujos, para hacerme una idea. Luego le doy un lápiz de mina blanda, especial para dibujo, que había traído y la pido que dibuje un pequeño florero que hay en una de sus estanterías. Le enseño a medir, que es imprescindible para que un dibujo quede encuadrado y proporcionado en el papel.

La hora pasa volando y ella lo hace bien para una chica de su edad. Justo cuando me estoy despidiendo de ella, su padre asoma la cabeza por la puerta.

—Hola chicas, ya hemos llegado, ¿qué tal fue la clase?

—Bien, todo fue perfecto, ahora ya me iba— sonrío y me levanto de mi asiento.

—¡Papá! Fue genial, aprendí un montón. —Lucie se pone de pié y le muestra el florero que dibujó. Noto la mirada de orgullo de Charlie. Él sabe que su hija tiene talento.

—Bueno, fue un placer —digo, mientras camino hacia la puerta— ¿mañana estaré aquí otra vez a la misma hora? — mi tono sonó como una pregunta, aunque quería hacer una afirmación.

—Claro, a Lucie le encantaría hacer esto dos veces por semana, y los mejores días para ella son sábado y domingo.

—Perfecto, mañana os veo, entonces. —Doy un adiós con mi mano, sin saber qué otra cosa hacer o decir y me encamino hacia la puerta de salida.

El domingo fue una repetición del sábado, a la excepción de una cosa. No hubo rastro de Gerard.

-

Por desgracia el fin de semana se había terminado y estoy sentada en el metro, a dos paradas del infierno.

Sé que debería dejar de quejarme sobre el instituto, pero me parece una pérdida de tiempo. Y sé que en realidad no lo es. Sinceramente yo entiendo que tenemos que ir al instituto, tampoco hay que ser un inculto, ¿pero someternos a tal presión con tantos exámenes? Encima, todo cuesta mucho más si te es dificil concentrarte para estudiar, y sobre todo si después de estudiar aun así suspendes, o cuando no consigues aprendértelo todo y te sientes culpable. Hay personas así, como yo, y luego hay personas que les da igual suspender y no tienen cargo de conciencia. Admiro a esas personas, los ignorantes. Qué fácil sería vivir de la ignorancia.

Salgo del metro y está Jack esperando. Abre los brazos para mí cuando me ve y yo camino hacia ellos. Le devuelvo el abrazo, aunque le noto un poco tenso.

—¿Te pasa algo, Jack? —le acaricio la espalda y me separo para mirarle a los ojos. Él aparta la mirada. Algo está mal.

Se queda unos segundos sin decir nada y decido intervenir porque noto que no está preparado para decir lo que tenga que decir. No quiero presionarlo. Él no me presiona a mi. 

—Da igual, ya me lo contarás, ahora vamos al instituto. —Le cojo de la mano y el me besa la frente.

—Gracias —murmura contra mi pelo.

Hago una media sonrisa y empiezo a caminar, arrastrándolo conmigo.

En uno de los intercambios de clase, Melanie se acerca a mi mesa y se sienta en ella.

—Tuve un despertar de mierda, —se coloca unos mechones de pelo rubio que se han salido de su coleta— cuando he ido a desayunar, he tirado la maldita leche fuera del vaso porque prácticamente me he quedado dormida por unos segundos mientras la echaba. Luego lo he limpiado todo y ya no me daba tiempo a desayunar, y adivina que.

—¿Te mueres de hambre? —pregunté, quería al menos darle el beneficio de la duda.

—¡MUCHO MÁS QUE ESO!—su cabeza cae hacia atrás y suspira No entiendo estas personas que consiguen sobrevivir sin desayunar.

Sonrío ampliamente, estoy de acuerdo con ella.

—Solo hay personas que no tienen tanto apetito como nosotras Mel, tienes que entender eso.

—Lo se —sonríe y luego salta de la mesa— definitivamente voy a dejar de pensar en comida.

—No te engañes a ti misma —le guiño el ojo.

Ella suelta una carcajada y luego se va caminando hacia su sitio.

El resto de la mañana pasa tranquilamente y cuando suena el timbre Anna, Mel y yo vamos al comedor.

No veo a ninguno de los chicos, pero nosotras cogemos la comida y no sentamos en el sitio usual. Al poco rato aparecen Roy y Jack, que hablan sobre algo que han dado en clase.

Cuando ellos han terminado de hablar, Jack me mira y se inclina hacia mí.

—Estoy preparado para decirte lo de esta mañana, cuando terminemos de comer —susurra en mi odio.

Asiento y continuamos comiendo y hablado. Intento no pensar en lo que podría decirme. Más bien no quiero pensar en nada, así que solo me limito a comer.

Cuando termino, más o menos a la vez que el resto, Roy, Mel y Anna se despiden dejándonos a Jack y a mi solos en la mesa. Él se levanta y me coge de la mano llevándome fuera del instituto. Cuando hemos subido la calle hacia el metro en un muy incómodo silencio, me apoyo en la pared donde solemos despedirnos algunas veces.

—Soy toda oídos —no quiero sonar borde, pero no saber lo que está pensando me pone muy nerviosa.

—Vio... —cierra los ojos y arruga la frente, mala señal —hay una cosa que tenía que haberte dicho hace unos días pero…

Suspiro en respuesta y hago un gesto con la mano para que continúe.

—Me voy del país.

Me separo de la pared en la que estoy apoyada como si ahora quemara.

Ladeo mi cabeza y me quito las gafas de sol, ahora es más importante el contacto visual.

—¿Qué? —es lo primero que vino a mi mente.

—Es por el trabajo de mi padre. Ya sabías que esto pasaría algún día.

Ahora ya no estoy nerviosa, ahora estoy cabreada. Mucho.

Doy un paso hacia delante cubriendo el espacio que nos separaba. Voy a decir algo, voy a gritar, voy soltar palabras sin filtro. Pero no lo hago. Muerdo mi lengua.

—¿Cuándo te vas?

—Mañana.

¿Comenté antes que estaba cabreada? Pues ahora bien podría estarme convirtiendo en Hulk. Un Hulk cabreado.

—¡Y SE PUEDE SABER A CUANDO ESPERABAS DECÍRMELO! ¿A QUE YA TE HUBIERAS IDO? —le agarro por las solapas de su chaqueta y lo empujo contra la pared que tenía detrás mío, que ahora estaba detrás suyo. Mantuve mi agarre en él.

Puede que tenga un poco de problemas de ira. Pero solo la dejo salir cuando es justificado. Y ahora es justificado.

—¿Es eso verdad?, ¿no ibas a decirmelo?, ¿pero te di pena en el último momento? —le miré fijamente a los ojos. Maldita sea. Solo encontré dolor en ellos.

Agarra suavemente mis manos que están en puños en su pecho.

—¿Puedo explicártelo, por favor?

Suelto mi agarre.

—Lo sé desde hace una semana. Mi padre me dijo que su trabajo tenía que trasladarse  a Francia urgentemente. Así que como ya sabes si mi padre se mueve, la familia entera se mueve. No tengo ni voz ni voto en eso —toma una bocanada de aire y continua— la razón por la que no te lo he dicho antes es porque… Violet, yo no quería que estuvieras triste la última semana que me vieras. O que te enfadaras y me dejaras, o cualquier otra cosa. Yo quería que todo siguiera tan perfecto como hasta ahora.

Mis ojos se empañan.

—Vio, lo que he pasado contigo estos meses no lo voy a olvidar nunca, y te juro que no mentiría si te dijera que han sido los mejores meses de mi vida —puso sus manos en mi nuca y juntó su frente con la mía— pero tengo que decirte adiós.

Cerré mis ojos con fuerza para contener las lágrimas.

—Te quiero Jack —es lo único que logro decir.

—Yo también te quiero —me besa,le beso y me dejo llevar, porque este será nuestro último beso. Abro mi boca para él y él la abre para mí. No quiero que este beso termine. Pero lo hace.

—Adiós Violet —besa mi sien y luego mi frente.

Paso mis ojos por toda su cara. No quiero olvidar como es.

—Adiós Jack.

Cierro mis ojos. No se por cuando tiempo. Cuando los abro una lágrima cae por mi cara y después otra.  Ya no hay rastro de Jack.

Pero si lo hay de otra persona. En la acera de enfrente.

Gerard está apoyado contra la pared, fumando. Mirándome.


Me vuelvo a poner las gafas de sol y empiezo a caminar a ningún sitio. 

domingo, 5 de mayo de 2013

Capítulo cinco


Cinco minutos más y seré libre. Empiezo a recoger todas mis cosas esparcidas por la mesa mientras la profesora de Filosofía habla sobre Freud y el desarrollo psicosexual, que, para ser honestos me interesa bien poco.

El gran problema es que esta profesora no se calla hasta el último segundo de la clase lo que es bastante molesto. Es viernes y quiero mi libertad ya. Un fin de semana para descansar.

La campana suena cortando todos mis pensamientos. Me levanto ágilmente de la silla y espero a Melanie y Anna que guarden sus cosas. Luego, caminamos las tres hacia el comedor mientras Melanie empieza a quejarse —como siempre— de que si no hay algo rico de comer morirá de hambre.

Estos días estoy un poco paranoica. Miento. Muy paranoica. Lo único que hago es mirar todo el rato alrededor de mi esperando que aparezcan esos malditos ojos verdes, lo cual me hace sentir muy culpable. ¿Acaso quiero que parezcan? Ni en sueños. 

Seriamente tengo que hacer algo con estos pensamientos, tengo que dejar de pensar en él, que por cierto no le he vuelto a ver desde la cafetería. Y eso es bueno, tiene que serlo.

En cuanto diviso a Jack en la cola para coger su comida cualquier pensamiento sobre Gerard lo arrincono en un lado de mi mente con una señal de prohibido.

Me sonríe a distancia y lo único que puedo hacer es sonrojarme entera. Se ve tan increíblemente guapo que aún no he conseguido acostumbrarme a que sus ojos brillen cuando me ve.

Mientras tanto Mel, Anna y yo cogemos la comida y cuando terminamos Roy y Jack ya están sentados y hablando sobre lo que piensan hacer este fin de semana.

—Menos hablar y más comer chicos— suelta Melanie en cuanto se sienta. Parece mentira que con todo lo que come mantenga su figura perfecta.

—Estoy bastante seguro de que te pasas las 24 horas del día pensando en comida, Mel —dice Roy llevándose un tenedor de espaguetis a la boca.

—Pues has fallado mi querido amigo, 12 horas pienso en comida, las otras 12 en chicos. Sois afortunados. Creo que debería aumentar más horas a la comida… —pone su mano en la barbilla en modo pensativo y seguido empezamos a reírnos.

Cuando llego a casa Richard y Miki están discutiendo por algo en el salón.

—¿Qué os pasa a vosotros ahora?

—¡Vio! Papá dice que no me deja ir a la fiesta de cumpleaños de mi amigo Samuel, ¡dile que me deje!

Miro con cara extrañada a mi padre en busca de algo que me haga saber el porqué de que no le deje ir.

—Miki… si papá no te deja ir será por algo, —alzo las manos a cada lado de mi cara— yo no puedo hacer nada contra eso.

—¡Convencele!

—Miki ya te he explicado porque no puedes ir a la fiesta, ese día trabajo y no puedo llevarte, no es mi culpa.

Michael pone cara triste y luego alza la barbilla y se cruza de brazos.

—Está bien papá, ahora me voy a mi cuarto a marginarme de por vida.

Hace una salida dramática y se mete en su cuarto.

—Wow.

—Papá no le hagas caso, esta en esta edad extraña…

—Lo sé, pero me duele que hable así, no es mi culpa que no pueda llevarle.

—No te preocupes, tendrá que acostumbrarse a eso. Ahora es pequeño y no lo entiende.

Parece recomponerse un poco y luego continúa.

—Por cierto, he comentado a los compañeros de mi trabajo sobre lo que me dijiste y uno de ellos me ha dicho que su hermana tiene una hija de 10 años a la que la encanta dibujar y le parece bien que vayas los fines de semana a enseñarla un poco más sobre… eso.

—¡En serio! No me lo puedo creer, ¡eso es genial! Dile a tu compañero que le diga a su hermana que estaré encantada de empezar cuando quiera.

—Sobre eso… empiezas mañana.

Asentí y di una palmada de felicidad. Ya era hora de que empezara a conseguir mi propio dinero para que así, mi padre, no tenga que gastarse nada de lo que consigue por su trabajo en mí.

—¿Y a qué hora empiezo?

—Tienes que ir desde las 11 de la mañana hasta las 12, te pagarán 8€ por hora. Sábados y domingos.

Poco me faltaba para ponerme a dar saltos de alegría.

—¡Perfecto! Esa niña terminará siendo una artista, lo juro —dije sonriendo hacia mi nuevo reto.

Me tiré en la cama justo después de organizar mi mochila con el material que usaría mañana y me tuve que recordar que la niña tenía 10 años y no mi edad.

Desde mi cama me puse con  un comentario de texto que nos había pedido la de Lengua y algunas otras tareas que ya nos habían mandado en la escasa semana del instituto que llevamos desde las navidades de invierno.

Cuando termino llamo a Jack, le cuento todo y se alegra mucho por mí.

—Seguro que eres una estupenda profesora —su voz trasmite orgullo.

—Eso espero, aun así estoy preocupada, ¿y si no le caigo bien, o no me entiende cuando explico o...?

—Nena no te preocupes por eso, tu caes bien a todo ser vivo del Planeta. Y te entenderá, estoy seguro. 

Mi sonrisa se ensancha.

—Eres el mejor, ¿lo sabes no? —dije con todo mi corazón. —Sí, sí que lo sabes, ya te respondo yo por ti.

Escucho su risa a través del móvil.

—Te quiero, mañana te llamo para que me cuentes que tal te ha ido.

—Gracias Jacky, te quiero —y colgamos.

-

Cuando abro el ojo son las 10 de la mañana y la alarma retumba en mis odios. Dejo que la música siga sonando para que me despierte del todo y arrastro los pies hacia la cocina. Me preparo un sencillo desayuno que me mantenga hasta la hora de comer y sin perder tiempo me aseo y me visto con unos vaqueros y sudadera. Me pinto los ojos y me recojo mi alocado pelo en una coleta para parecer más formal, o al menos intentarlo.

Me despido de mi padre y mi hermano, que me desean suerte —gracias, la necesito— y sin más preámbulos cojo la gorra y las gafas de sol, la mochila con el material y el bolso.

Saco el papel con la dirección de la casa que se encuentra a cuatro paradas de metro de la mía. Camino con paso ligero hacia el metro y en 20 minutos estoy parada en frente del portal que indica la hoja.

Me encuentro ridículamente nerviosa. Si estoy así por una niña de 10 años no quiero imaginar cómo estaré el primer día de trabajo. De todos modos no puedo dejar de sentirme emocionada y a la vez asustada.

—Deja de ser tan infantil Violet —susurro con voz temblorosa.

Presiono el timbre que hace un pequeño ruido indicando que ha sonado y espero a que alguien responda.

—¿Diga? —suena una voz de hombre demasiado fuerte en contraste de la silenciosa calle y pego un salto. Malditos telefonillos.

—Eh… soy Violet, la chica que dará clases de dibujo a…— mierda, ni siquiera se cómo se llama la niña. Maldigo para mis adentros.

—Ah, si, claro Violet. Pasa.

Seguido de eso suena un pitido y empujo la puerta para abrirla. Subo en el ascensor dos pisos y cuando salgo me paro en frente de la puerta y antes de que pueda darle al timbre me abre un señor de unos 45 años de edad, con el pelo rubio mezclado de canas y de una estatura alta y firme que me hace pensar que de joven habría sido una hombre muy apuesto. Sus ojos se esconden detrás del brillo de las gafas.

Me tiende la mano.

—Hola Violet encantado de conocerte, soy Charlie —le estrecho la mano, cálida al tacto —pasa, te presentaré a mi hija.

Sonrío. Me conduce hasta un bonito salón y allí hay una chica con el pelo color caramelo viendo la televisión.

Cuando nos ve entrar se levanta y me sonríe.

—Cielo esta es Violet, la chica que te ayudara a pintar mejor.

—Hola, yo soy Lucie.

Lucie se queda en el sitio y yo no sé muy bien que hacer. Tiene unos grandes ojos pardos y estoy segura de que es mucho más inteligente de lo que su carita de niña y su estatura menuda dan a entender.

—Hola Lucie. Me alegro mucho de conocerte.

Me aparto un mechón de pelo y lo meto detrás de la oreja.

—Violet si no te importa, tengo que ir a recoger a mi mujer. Estaremos de vuelta pronto. De todos modos mi hijo está en su habitación al final del pasillo, si necesitas algo o pasa cualquier cosa díselo a él.

Me parece muy extraño —jodidamente extraño, para ser exactos que me dejen prácticamente a cargo de su hija cuando solo hemos intercambiado los nombres. Pero que confíen en mí de esa manera sin apenas conocerme me da ánimos para seguir adelante. 

—No hay problema Charlie.

—Pórtate bien Lucie —le da un beso en la mejilla.

—Vale papá —le devuelve el beso a su padre.

Luego me dice adiós con la mano y se va de la sala. Unos segundos más tarde oigo el sonido de la puerta principal al cerrarse y me encuentro con una niña de 10 años que no conozco en una casa que no conozco y por poco me entra el pánico.

Y una mierda, soy Violet Strad y a mí no me entra el pánico.

—Bueno, bueno. Esto sí que no me lo esperaba.

Me giro de golpe.

Retiro lo anterior. A Violet Strad sí que le entra el pánico. De hecho creo que en breves le dará un ataque de pánico de los grandes.

Ahora mismo creo que mi corazón late como si hubiera realizado una carrera de 50 metros lisos.

—¿Que estas —tomo aire, lo necesito para continuar— haciendo aquí?

—Creo que esas es mi pregunta no la tuya, ya que esta es mi casa.

De ninguna manera podía estar Gerard con un pantalón de chándal negro, de una talla más grande que la suya y una camiseta de tirantes gris que dejaban al descubierto unos tatuajes por toda la zona del hombro derecho que bajaban hasta la muñeca —Violet, deja de fijarte en sus tatuajes, ¡ya!— y con el pelo mojado como recién salido de la ducha. Y parado como quien no quiere la cosa en frente mío.

De ninguna jodida manera. 

miércoles, 17 de abril de 2013

Capítulo cuatro


¿Por qué siento que mi garganta ha sido cambiada por un bloque de cemento? No logro encontrar mi voz, mi cuello ha sido atado por un fuerte nudo con una cuerda de acero.

Ahora que lleva el pelo totalmente revuelto, pantalones negros rotos en las rodillas y una camiseta blanca de tirantes con una americana negra encima no hay duda alguna de que es el chico que hizo que mi infancia fuera un infierno. Cuando lo vi en el restaurante iba demasiado arreglado y por eso me costó reconocerle.

Los años habían hecho que —por mucho que me jodiera— se viera como un maldito modelo, solo le faltaba el cigarro entre los dedos y el humo saliendo de su boca.
  
—¿Te has quedado muda en estos años, princesita? —ladea su cabeza ligeramente.

Esta última palabra hace que mi voz regrese de donde quiera que se haya ido.

—Piérdete y déjame en paz —mi voz suena extraña a mis oídos—, Gerard—. Agrego con tono despectivo.

Él se cruza de brazos y las comisuras de sus labios de elevan. Que me llamara princesita casi hace que le estampe el vaso lleno de agua que se aprieta en mis manos en su perfecto rostro.

Gerard me llamaba así cuando éramos pequeños y yo lo odiaba, tengo de princesa lo que él tiene de príncipe. Nada.

—Bueno, al menos veo que recuerdas mi nombre, Violet.

—Y para mi desgracia veo que tú recuerdas el mío, así que hazme un favor y olvídalo ¿sí?

Le dedico mi sonrisa más falsa.

—No.

Pongo los ojos en blanco y decidida empiezo a caminar hacia la mesa donde están mis amigos.

No he dado ni dos pasos cuando se planta en frente, cortándome el paso.

—Apártate Gerard, en serio, no seas infantil y déjame en paz. Ya no soy la niña estúpida que dejaba que la humillaras delante de todo el mundo —le miro a los ojos, terrible error, brillan de la misma manera que seis años atrás pero ahora ya no me dan miedo y hacen que mi corazón lata con fuerza—, no me atormentes más. 

Paso por su lado derecho y sigo caminando casi esperando que me coja por la muñeca, como hacen en los libros. Pero no lo hace.

Cuando llego a la mesa me siento. Ahora es Melanie quien está contando sus vacaciones de navidad y ninguno de ellos parece haberse dado cuenta de lo que ha pasado. Ninguno menos Jack, que me mira pero no dice nada. Ellos no conocen a Gerard y tampoco les he contado que cuando era pequeña tenía un ‘enemigo’.

Cuando terminamos de comer nos despedimos y cada uno se va por su lado. Jack me acompaña al metro y hacemos el camino en silencio.

—Vio… ¿Qué te pasa? Pareces como ida… —nos paramos a un lado de la boca del metro. Me pongo bien las gafas de sol con el dedo índice.

—No es nada, no quiero que te preocupes.

—¿Me lo contarás mañana? Puedo ayudarte con lo que sea que te esté pasando —parece dolido y eso me entristece.

—Jack… no… no quiero que te preocupes por mí, en serio, son cosas del pasado y no quiero… —bajo la cabeza y él me abraza.

—Vale, ahora vete a casa y descansa. Mañana hablamos si quieres —me da un besó dulce en los labios y otro en la mejilla. Se da la vuelta y se va.

Cuando llego a casa no hay nadie. Mi padre está trabajando y mi hermano está en el entrenamiento de fútbol, así que tengo la casa para mi sola. Camino por el corto pasillo que lleva a mi cuarto y dejo las llaves, la gorra y las gafas sobre la mesa junto a un montón de desordenados papeles.  Me quito las zapatillas y ando en calcetines por el frío suelo de puntillas hasta llegar al salón. Me acerco a una pequeña mesita donde he dejado el libro que estoy leyendo y agarro una manta que está sobre una silla que ya no usamos.

Colapso en el sofá poniéndome la manta y abriendo el libro. Me enfrasco en la lectura y apenas me doy cuenta de si han pasado minutos u horas cuando oigo la puerta abrirse.

Al momento aparece Miki corriendo con un montón de barro seco por el cuerpo. Parece muy emocionado.

—¡He marcado tres goles! ¡TRES! —empieza a moverse por todo el salón dando saltos y escenificando como marcó los goles. —¿¡Lo entiendes Violet!? ¡Fue impresionante! Yo tenía un montón de chicos del otro equipo persiguiéndome pero los esquivé a todos y entonces— levanta la pierna como si estuviera lanzando el valón— ¡PUM! ¡MARQUÉ UN GOLAZO!

Dejo el libro en el suelo y me incorporo.

—¡Eso es genial Miki! —alzo mi mano— ¡choca esos cinco enano!

Viene corriendo y me los choca.

—Pero no me llames enano Val ¡no soy un enano! He marcado tres goles —sus ojos brillan de emoción.

Le agarro y le empiezo a hacer cosquillas.

—Pues ya eres menos enano, pero sigues siéndolo.

-¡Violet! —grita ahogándose en la risa —¡para!, para, para, ¡por favoooooor! 

—Está bien, pero vete a lavar que estas lleno de barro —sigo haciéndole cosquillas— ¿vale?

—¡Sí! 

Le suelto y sale corriendo del salón.

Me levanto cogiendo el libro del suelo y lo dejo sobre la mesita otra vez. Luego me encuentro con mi padre en la cocina.

—¿Qué tal en el trabajo papá?

—Bien hija, aunque he tenido problemas con arreglar un motor. Pero no me quejo —sonríe y empieza a sacar la comida que ha comprado de la bolsa y dejarla en la encimera.

Me acerco y voy colocando todo dentro de la nevera o de los cajones.

—Papá hay una cosa que quería comentarte. Me gustaría empezar a trabajar en algo, aunque sea dar clases de pintura a niños o cuidarlos o lo que sea. Podrías preguntar a tus compañeros de trabajo por si alguien necesita una niñera o profesora. —Termino de guardar todas las cosas en su sitio.

—Pero tienes que centrarte en los estudios y no creo que tengas tiempo para todo. 

—Ya pero… necesitamos el dinero. Y a mí no me importa, me gustan los niños.

Richard me mira por un rato y finalmente accede a preguntarle a sus compañeros.

Después le digo que más tarde le ayudaré con la cena y salgo de la cocina.

Como no tengo nada que hacer cojo el móvil que mi padre me regaló por mi 16 cumpleaños. Posiblemente es lo más caro que tengo en la habitación pero también lo más útil.

Después de revisar algunas de mis redes sociales y leer correos de los profesores lo dejo encima de la mesa.

Cojo un bloc de dibujo y un lápiz y esbozo muy por encima un bonito paisaje que se describía en el libro que he estado leyendo antes. Trato de recordar con detalle cómo me lo había imaginado en mi mente, un majestuoso árbol que destacaba de entre el resto de vegetación  con las hojas ondeando hacia un lado por la brisa.

Cuando termino y guardo el bloc me doy cuenta de que he estado toda la tarde haciendo lo que sea para mantenerme entretenida. Para mantener mi mente entretenida. De una cosa que incluso ahora no voy a dejar que entre en mi cabeza. 

Así que me doy un tonto golpe en la cabeza y salgo veloz de mi habitación y entro en la cocina, para así lograr seguir manteniendo esos pensamientos a raya.

No quiero dedicarle ni un segundo de mis pensamientos.

Pero cuando me quiero dar cuenta, ya lo estoy haciendo.