miércoles, 17 de abril de 2013

Capítulo cuatro


¿Por qué siento que mi garganta ha sido cambiada por un bloque de cemento? No logro encontrar mi voz, mi cuello ha sido atado por un fuerte nudo con una cuerda de acero.

Ahora que lleva el pelo totalmente revuelto, pantalones negros rotos en las rodillas y una camiseta blanca de tirantes con una americana negra encima no hay duda alguna de que es el chico que hizo que mi infancia fuera un infierno. Cuando lo vi en el restaurante iba demasiado arreglado y por eso me costó reconocerle.

Los años habían hecho que —por mucho que me jodiera— se viera como un maldito modelo, solo le faltaba el cigarro entre los dedos y el humo saliendo de su boca.
  
—¿Te has quedado muda en estos años, princesita? —ladea su cabeza ligeramente.

Esta última palabra hace que mi voz regrese de donde quiera que se haya ido.

—Piérdete y déjame en paz —mi voz suena extraña a mis oídos—, Gerard—. Agrego con tono despectivo.

Él se cruza de brazos y las comisuras de sus labios de elevan. Que me llamara princesita casi hace que le estampe el vaso lleno de agua que se aprieta en mis manos en su perfecto rostro.

Gerard me llamaba así cuando éramos pequeños y yo lo odiaba, tengo de princesa lo que él tiene de príncipe. Nada.

—Bueno, al menos veo que recuerdas mi nombre, Violet.

—Y para mi desgracia veo que tú recuerdas el mío, así que hazme un favor y olvídalo ¿sí?

Le dedico mi sonrisa más falsa.

—No.

Pongo los ojos en blanco y decidida empiezo a caminar hacia la mesa donde están mis amigos.

No he dado ni dos pasos cuando se planta en frente, cortándome el paso.

—Apártate Gerard, en serio, no seas infantil y déjame en paz. Ya no soy la niña estúpida que dejaba que la humillaras delante de todo el mundo —le miro a los ojos, terrible error, brillan de la misma manera que seis años atrás pero ahora ya no me dan miedo y hacen que mi corazón lata con fuerza—, no me atormentes más. 

Paso por su lado derecho y sigo caminando casi esperando que me coja por la muñeca, como hacen en los libros. Pero no lo hace.

Cuando llego a la mesa me siento. Ahora es Melanie quien está contando sus vacaciones de navidad y ninguno de ellos parece haberse dado cuenta de lo que ha pasado. Ninguno menos Jack, que me mira pero no dice nada. Ellos no conocen a Gerard y tampoco les he contado que cuando era pequeña tenía un ‘enemigo’.

Cuando terminamos de comer nos despedimos y cada uno se va por su lado. Jack me acompaña al metro y hacemos el camino en silencio.

—Vio… ¿Qué te pasa? Pareces como ida… —nos paramos a un lado de la boca del metro. Me pongo bien las gafas de sol con el dedo índice.

—No es nada, no quiero que te preocupes.

—¿Me lo contarás mañana? Puedo ayudarte con lo que sea que te esté pasando —parece dolido y eso me entristece.

—Jack… no… no quiero que te preocupes por mí, en serio, son cosas del pasado y no quiero… —bajo la cabeza y él me abraza.

—Vale, ahora vete a casa y descansa. Mañana hablamos si quieres —me da un besó dulce en los labios y otro en la mejilla. Se da la vuelta y se va.

Cuando llego a casa no hay nadie. Mi padre está trabajando y mi hermano está en el entrenamiento de fútbol, así que tengo la casa para mi sola. Camino por el corto pasillo que lleva a mi cuarto y dejo las llaves, la gorra y las gafas sobre la mesa junto a un montón de desordenados papeles.  Me quito las zapatillas y ando en calcetines por el frío suelo de puntillas hasta llegar al salón. Me acerco a una pequeña mesita donde he dejado el libro que estoy leyendo y agarro una manta que está sobre una silla que ya no usamos.

Colapso en el sofá poniéndome la manta y abriendo el libro. Me enfrasco en la lectura y apenas me doy cuenta de si han pasado minutos u horas cuando oigo la puerta abrirse.

Al momento aparece Miki corriendo con un montón de barro seco por el cuerpo. Parece muy emocionado.

—¡He marcado tres goles! ¡TRES! —empieza a moverse por todo el salón dando saltos y escenificando como marcó los goles. —¿¡Lo entiendes Violet!? ¡Fue impresionante! Yo tenía un montón de chicos del otro equipo persiguiéndome pero los esquivé a todos y entonces— levanta la pierna como si estuviera lanzando el valón— ¡PUM! ¡MARQUÉ UN GOLAZO!

Dejo el libro en el suelo y me incorporo.

—¡Eso es genial Miki! —alzo mi mano— ¡choca esos cinco enano!

Viene corriendo y me los choca.

—Pero no me llames enano Val ¡no soy un enano! He marcado tres goles —sus ojos brillan de emoción.

Le agarro y le empiezo a hacer cosquillas.

—Pues ya eres menos enano, pero sigues siéndolo.

-¡Violet! —grita ahogándose en la risa —¡para!, para, para, ¡por favoooooor! 

—Está bien, pero vete a lavar que estas lleno de barro —sigo haciéndole cosquillas— ¿vale?

—¡Sí! 

Le suelto y sale corriendo del salón.

Me levanto cogiendo el libro del suelo y lo dejo sobre la mesita otra vez. Luego me encuentro con mi padre en la cocina.

—¿Qué tal en el trabajo papá?

—Bien hija, aunque he tenido problemas con arreglar un motor. Pero no me quejo —sonríe y empieza a sacar la comida que ha comprado de la bolsa y dejarla en la encimera.

Me acerco y voy colocando todo dentro de la nevera o de los cajones.

—Papá hay una cosa que quería comentarte. Me gustaría empezar a trabajar en algo, aunque sea dar clases de pintura a niños o cuidarlos o lo que sea. Podrías preguntar a tus compañeros de trabajo por si alguien necesita una niñera o profesora. —Termino de guardar todas las cosas en su sitio.

—Pero tienes que centrarte en los estudios y no creo que tengas tiempo para todo. 

—Ya pero… necesitamos el dinero. Y a mí no me importa, me gustan los niños.

Richard me mira por un rato y finalmente accede a preguntarle a sus compañeros.

Después le digo que más tarde le ayudaré con la cena y salgo de la cocina.

Como no tengo nada que hacer cojo el móvil que mi padre me regaló por mi 16 cumpleaños. Posiblemente es lo más caro que tengo en la habitación pero también lo más útil.

Después de revisar algunas de mis redes sociales y leer correos de los profesores lo dejo encima de la mesa.

Cojo un bloc de dibujo y un lápiz y esbozo muy por encima un bonito paisaje que se describía en el libro que he estado leyendo antes. Trato de recordar con detalle cómo me lo había imaginado en mi mente, un majestuoso árbol que destacaba de entre el resto de vegetación  con las hojas ondeando hacia un lado por la brisa.

Cuando termino y guardo el bloc me doy cuenta de que he estado toda la tarde haciendo lo que sea para mantenerme entretenida. Para mantener mi mente entretenida. De una cosa que incluso ahora no voy a dejar que entre en mi cabeza. 

Así que me doy un tonto golpe en la cabeza y salgo veloz de mi habitación y entro en la cocina, para así lograr seguir manteniendo esos pensamientos a raya.

No quiero dedicarle ni un segundo de mis pensamientos.

Pero cuando me quiero dar cuenta, ya lo estoy haciendo.

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